Repetición

La crisis que enfrenta el desarrollo

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Incluso si las economías avanzadas se estabilizan, las condiciones para los países en desarrollo pueden agravarse aún más.

Antes de las Reuniones Anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Grupo Banco Mundial (GBM), que tendrán lugar del 10 al 16 de octubre de 2022, vea el discurso del presidente del GBM, David Malpass, en vivo desde la Universidad de Stanford.

Texto preparado para la alocución

Es un placer estar aquí en Stanford. Agradezco al Instituto de Investigaciones sobre Políticas Económicas de Stanford (SIEPR) y al Centro King para el Desarrollo Mundial por la invitación.

Mientras estamos reunidos en esta prestigiosa institución, la economía mundial, y especialmente el mundo en desarrollo, enfrenta una dura realidad. Una serie de difíciles acontecimientos y políticas macroeconómicas sin precedentes se combinan para provocar una crisis en el ámbito del desarrollo. Esto tiene consecuencias para todos nosotros, debido a la naturaleza interrelacionada de la economía mundial y las civilizaciones de todo el mundo.

La misión del Grupo Banco Mundial es aliviar la pobreza y promover la prosperidad compartida. Aprovechamos el capital accionario y las contribuciones anuales para otorgar donaciones y préstamos a los países en desarrollo con el fin de ayudar a identificar los desafíos de desarrollo y responder a ellos. En los últimos años, hemos ampliado considerablemente el financiamiento a los países en desarrollo, sobre todo para proyectos relacionados con el clima, que en el ejercicio de 2022 alcanzó los USD 31 700 millones.

En la próxima edición de nuestro informe La pobreza y la prosperidad compartida, se señala que los avances en materia de desarrollo comenzaron a revertirse mucho antes de la pandemia de COVID-19, lo que resulta preocupante para nuestra misión. El informe muestra que la pobreza había venido disminuyendo a un ritmo constante durante las décadas de 1990 y de 2000, que los avances se habían desacelerado para 2015 y que cuando se desató la pandemia había unos 70 millones de personas más en la pobreza extrema. Asimismo, muestra que la mediana de los ingresos mundiales registró una disminución del 4 %, la primera desde que comenzamos a medir el ingreso medio en 1990.

Las consecuencias humanas de las crisis superpuestas

El mundo en desarrollo se enfrenta a una perspectiva a corto plazo extremadamente difícil, caracterizada por la fuerte suba de los precios de los alimentos, los fertilizantes y la energía, el aumento de las tasas de interés y los diferenciales crediticios, la depreciación monetaria, y las salidas de capital. En el marco de las políticas actuales, diversificar la producción mundial de energía para no depender de Rusia podría llevar años, lo que prolongaría el riesgo de estanflación analizado en el informe del Banco Mundial Perspectivas económicas mundiales, publicado en junio de 2022.

Estas perturbaciones han afectado al desarrollo en un momento en que muchos países en desarrollo también enfrentan dificultades en otras esferas: la gobernanza y el Estado de derecho; la sostenibilidad de la deuda; la adaptación al cambio climático y la mitigación de sus efectos, y el carácter limitado de los presupuestos fiscales a la hora de contrarrestar los graves retrocesos en materia de desarrollo producto de la pandemia de COVID-19, sobre todo en los ámbitos de la salud y la educación.

Las consecuencias humanas de estas crisis superpuestas son catastróficas. La pandemia de COVID-19 —que por sí sola provocó más de 6 millones de muertes—, los conflictos geopolíticos y los fenómenos meteorológicos extremos han perjudicado a países y personas de todo el mundo, y los pobres son los más afectados, especialmente las mujeres y las niñas.

Las evidencias recopiladas por el Banco Mundial muestran que el 70 % de los niños de los países de ingreso bajo y mediano padecen pobreza de aprendizajes, que es la proporción de niños que no pueden leer ni comprender un texto básico a los 10 años. La COVID-19 agravó la crisis mundial del aprendizaje y provocó la peor crisis de la educación y del aprendizaje de la historia. Asimismo, los nuevos desafíos ya se ciernen en forma de presiones demográficas: según las proyecciones de las Naciones Unidas, para 2030, más de 1 de cada 4 niños en edad escolar vivirá en África subsahariana, la región que registra el mayor nivel de pobreza de aprendizajes. Esto indica que los sistemas educativos están ahora más lejos de lograr una educación de calidad para todos.

Las recientes inundaciones en Pakistán han provocado más de 1500 muertes. Las sequías están causando estragos en el Cuerno de África y en América del Sur, afectando la producción de alimentos y la generación de energía hidroeléctrica, y sumiendo a 9 millones de personas más en una grave situación de inseguridad alimentaria solo en Etiopía, Kenya y Somalia. Los países en desarrollo se ven afectados por desastres climáticos más frecuentes y graves. Las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por los seres humanos están provocando el cambio climático, lo que a su vez repercute trágicamente en el desarrollo de diversas maneras. Se necesitan con urgencia tanto la adaptación de los países y de las personas perjudicadas por el cambio climático como la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero. Este conjunto de desafíos recibe la mayor parte de los recursos y la atención del Grupo Banco Mundial. El Grupo Banco Mundial no financia nuevos proyectos de carbón desde 2010 y viene trabajando activamente con países en desarrollo y asociados de la comunidad internacional para revertir la tendencia al aumento del uso de combustibles con altas emisiones de carbono. Sin embargo, debido a la invasión de Rusia a Ucrania y a la limitada y costosa oferta de gas natural, los cierres de las centrales eléctricas alimentadas a carbón se están postergando en todo el mundo, y la minería de carbón se ha acelerado.

Frente a estas crisis superpuestas, un peligro acuciante para el mundo en desarrollo es que la fuerte desaceleración del crecimiento mundial se profundice y se convierta en una recesión mundial, tal como lo señaló el Banco Mundial en un informe publicado en septiembre. Si bien en 2021 el producto interno bruto (PIB) per cápita mundial apenas superó el nivel prepandemia, muchos países en desarrollo aún no han alcanzado los niveles de ingreso per cápita anteriores a la pandemia. El PIB de Estados Unidos ha experimentado contracciones en los primeros dos trimestres de 2022. La abrupta caída de los precios de los activos en todo el mundo repercute en los debilitados balances generales de las empresas y los fondos de jubilaciones y pensiones, y podría frenar las nuevas inversiones. La economía china se ha desacelerado bruscamente debido a los confinamientos relacionados con la COVID-19, lo que ha llevado al Banco Mundial a revisar a la baja el pronóstico de crecimiento del país, que pasó del 5 % en abril al 2,8 %. Europa enfrenta el aumento repentino de los precios de la energía causado por la invasión rusa a Ucrania y las rigideces del mercado. La debilidad del euro y la elevada inflación aumentan la probabilidad de que Europa entre en una recesión y limitan aún más las perspectivas de crecimiento a largo plazo de la zona del euro.

Más allá de esta marcada desaceleración cíclica, los países en desarrollo se enfrentan al riesgo de que estas tendencias de las economías avanzadas —inflación, crecimiento lento, menor productividad, uso excesivo de los recursos energéticos a nivel mundial y tasas de interés más altas— continúen después de 2023. Si las políticas fiscales y monetarias actuales se convierten en la nueva “normalidad”, los Gobiernos avanzados absorberán gran parte del capital mundial, lo que contribuirá a que se perpetúe la falta de inversión en los países en desarrollo y obstaculizará el crecimiento futuro. Este fue el tema de las observaciones que formulé durante el Simposio Churchill, celebrado en la Universidad de Zúrich en mayo, y que se centraron en la estanflación, la mala asignación de capital y el costo de la realineación energética en Europa.

Los desafíos macroeconómicos que enfrenta el desarrollo son indirectos y probablemente se estén agravando. Volveré sobre este tema en un momento. Ahora quisiera señalar que hay muchos otros aspectos de la crisis del desarrollo que también requieren esfuerzos mundiales. Entre ellos se encuentran el devastador flujo de armas hacia África, la consiguiente fragilidad política, la adaptación al cambio climático, la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero, la violencia y las privaciones que enfrentan las mujeres y las niñas, y los graves retrocesos en la educación, la salud y la sostenibilidad de la deuda que mencioné anteriormente. El Grupo Banco Mundial trabaja exhaustivamente en cada una de estas áreas, y me gustaría detenerme un momento para destacar esta labor y agradecer a nuestro personal.

Para combatir las crisis, el Grupo Banco Mundial respondió con una urgencia, una escala y un impacto sin precedentes, suministrando un financiamiento récord de USD 115 000 millones en el ejercicio de 2022. Hemos brindado volúmenes crecientes de financiamiento, apoyo analítico y asesoramiento sobre políticas, primero en respuesta a la COVID-19 y ahora para abordar la crisis alimentaria y energética, la guerra en Ucrania y sus efectos secundarios. La guerra iniciada por Rusia ha provocado destrucción y la pérdida de vidas. El Banco Mundial ha movilizado USD 13 000 millones en financiamiento de emergencia de asociados bilaterales y para el desarrollo, y ya se han desembolsado alrededor de USD 11 000 millones a través de nuestros proyectos y fondos fiduciarios.

Para combatir el cambio climático, el Grupo Banco Mundial es, por amplio margen, la principal fuente de financiamiento climático del mundo en desarrollo y líder en diagnósticos climáticos, reducción de emisiones de metano y financiamiento climático innovador. También somos la principal fuente de financiamiento externo de la educación en los países en desarrollo, en gran parte a través de donaciones y préstamos en condiciones sumamente concesionarias ofrecidos por la Asociación Internacional de Fomento (AIF), el fondo del Banco Mundial para los 75 países más pobres, y los fondos fiduciarios relacionados. El desafío en materia de salud es igualmente inmenso, e incluye la necesidad de contar con una amplia gama de vacunas que salvan vidas y con la preparación necesaria para encarar futuras crisis sanitarias. Con el firme apoyo y liderazgo de Estados Unidos, acabamos de poner en marcha un nuevo fondo fiduciario para la prevención, preparación y respuesta frente a las pandemias, que evaluará y fortalecerá la preparación de los sistemas de salud en todo el mundo en desarrollo. Cada uno de estos desafíos y crisis requieren con urgencia atención y recursos a nivel mundial.

Hacer frente a políticas fiscales y monetarias sin precedentes

En el tiempo que me queda, me gustaría concentrarme en el desafío macroeconómico: el equilibrio entre las políticas fiscales y monetarias en las economías avanzadas y el reto que ello plantea para la estabilidad y la inversión en los países en desarrollo. El SIEPR es un público importante para este debate, así que les agradezco su interés.

Un elemento central de la crisis macroeconómica que enfrenta el desarrollo es el cambio radical que se observa en las políticas fiscales, monetarias y de regulación financiera de las economías avanzadas desde la crisis financiera de 2008. Las políticas monetarias de la última década han orientado el capital hacia segmentos bien capitalizados de la economía mundial —Gobiernos, empresas que emiten bonos y personas ricas— a expensas del desarrollo y el crecimiento de base amplia. La formación bruta de capital fijo en los países en desarrollo se ha mantenido estancada aun cuando los precios de los activos aumentaron en las economías avanzadas. Si estas políticas se mantienen, existe el riesgo de que en las próximas décadas no se invierta lo suficiente en desarrollo. Cabe destacar cuatro puntos: en primer lugar, la magnitud del cambio en la política macroeconómica; en segundo lugar, el gran alcance de las políticas; en tercer lugar, el impacto en la asignación mundial de capital, y, en cuarto lugar, el riesgo de que estas políticas se vuelvan permanentes e impidan el desarrollo.

A partir de 2008, las economías avanzadas adoptaron políticas monetarias totalmente nuevas para combatir la crisis financiera mundial. Los bancos centrales fijaron las tasas de interés en cero o menos de cero, y compraron bonos que financiaron con los excedentes de las reservas bancarias. Estas actividades centradas en la crisis ayudaron a contener el impacto del colapso financiero. Pero como señaló Larry Summers en 2021, “... la primera muestra de sabiduría es ver que hoy en día la receta de la expansión cuantitativa no tiene mucho sentido”.

Años de tasas de interés extremadamente bajas, sumados a la gran expansión de la base monetaria controlada por un alto grado de regulación del crédito, dieron lugar a un régimen monetario radicalmente nuevo. En efecto, el monetarismo dio paso al posmonetarismo, en el que las características específicas de la regulación crediticia y la decisión de los bancos centrales de comprar bonos se volvieron más importantes que la oferta de dinero. Durante los primeros 10 años de esta nueva política, la base monetaria se expandió considerablemente sin generar consecuencias inflacionarias, debido a que la política reguladora limitó la multiplicación monetaria que se habría producido bajo el antiguo sistema de encaje legal. En este marco, las monedas se mantuvieron relativamente estables, pero las cadenas de suministro y el exceso de políticas fiscales comenzaron a repercutir en la inflación.

Cabe mencionar tres efectos secundarios de estas nuevas políticas. En primer lugar, cuando los rendimientos caen bajo la presión de la compra de bonos que realiza el banco central (o, como en el caso de Japón, tienen límites máximos muy bajos), se busca obtener rendimientos que respalden los precios altos en algunos mercados de activos, como los de bienes raíces y bonos. Cuando se mantienen estas políticas monetarias durante largos períodos, los precios de los activos se alejan de sus valores intrínsecos. En los países en desarrollo, esto llevó a que bajaran el rendimiento de los bonos públicos y los costos de los empréstitos, y se destinara capital a actividades improductivas. Sin embargo, la escasez de capital de trabajo para el financiamiento del comercio y el financiamiento a corto plazo como proporción cada vez mayor de los activos a corto plazo de los bancos internacionales se convirtió en préstamos que devengan intereses para los bancos centrales.

En segundo lugar, la baja prolongada de las tasas redujo los incentivos para que las empresas sanearan sus balances y los Gobiernos impulsaran reformas estructurales. Las evidencias muestran que los programas de compra a gran escala han promovido la aparición de empresas y bancos zombis, lo que significa que no se está produciendo una destrucción creativa y que se deteriora el potencial de crecimiento de la economía. Las investigaciones realizadas por el Banco de Pagos Internacionales indican que la proporción de empresas zombis —aquellas que tienen una relación entre el valor de mercado de sus activos y su costo de reposición (q de Tobin) inferior a la mediana dentro de su sector— en las economías avanzadas aumentó del 5 % en 2000 a más del 12 % en 2018; esta asignación inadecuada del capital está limitando el crecimiento de la productividad y aumentando el costo del capital necesario para un desarrollo sólido.

Un tercer ejemplo del aumento de la asignación incorrecta de capital se observa en el mercado de bonos corporativos propicios para la inversión de Estados Unidos. Entre 2008 y 2020, los montos pendientes de pago de los bonos con calificación BBB se triplicaron holgadamente, hasta alcanzar los USD 3,5 billones; esto representa el 55 % de toda la deuda propicia para inversión de 2020 (en comparación con el 33 % de 2008). La creciente concentración de las emisiones de bonos de inversión de mayor riesgo incrementó las vulnerabilidades del sector empresarial. Estas se materializaron al inicio de la pandemia de COVID‑19, cuando el número de rebajas de la calificación respecto de BBB fue dos veces mayor que durante toda la crisis financiera de 2008. Esta vulnerabilidad es una de las razones por las que la Reserva Federal de Estados Unidos tuvo que intervenir para estabilizar el mercado de bonos corporativos del país tras la crisis de la COVID‑19.

Durante la pandemia, los principales bancos centrales pasaron de lleno al posmonetarismo a través de grandes compras de bonos con vencimiento a largo plazo. El balance general de la Reserva Federal se disparó de USD 4,2 billones en marzo de 2020 a casi USD 9 billones dos años después. Los bancos centrales de la zona del euro ampliaron el balance general de EUR 4,7 billones a EUR 8,7 billones, impulsados por la compra de bonos de los Gobiernos que conforman dicha zona. La participación del Banco de Japón en la tenencia de bonos aumenta semanalmente, ya que mantiene la vinculación a la tasa de rendimiento del 0,25 % a 10 años durante los períodos de debilidad del yen y el aumento de la inflación mundial. De esta manera, las autoridades monetarias de las economías avanzadas han hecho crecer sus carteras de inversión a más de USD 20 billones con las tenencias de bonos públicos, favoreciendo a esos mercados por encima de otros.

Por el momento, al no renovar los bonos que llegan al vencimiento, la Reserva Federal está reduciendo su balance general todos los meses. Esto ha generado inquietudes sobre la liquidez en el mercado de bonos de Estados Unidos, pero incluso al ritmo actual, el balance del banco central tardaría más de cuatro años en volver al nivel anterior a la pandemia de COVID‑19.

Es importante destacar que ha surgido un nuevo concepto de normalización, por el cual la Reserva Federal tratará de mantener las reservas bancarias como porcentaje del PIB. Según conceptos anteriores, la normalización de la política monetaria suponía una escorrentía de las tenencias de bonos de la Reserva Federal y una contracción de las reservas bancarias. La política de normalización de hoy y las proyecciones incluidas en el informe de operaciones de mercado abierto de mayo de la Reserva Federal indican que esta realizará grandes compras netas y brutas futuras de bonos públicos durante esta década, por lo que la elección de bonos y la tasa de interés de las reservas utilizadas para mantenerlos son dos cuestiones fundamentales para el desarrollo y el flujo de capital mundial.

Por supuesto, la política fiscal ha cambiado drásticamente y se ha orientado hacia una deuda nacional más elevada en las economías avanzadas. Esto tiene importantes impactos en los mercados de capital de todo el mundo, ya que los ahorros disponibles pasan a formar parte de los títulos públicos. Durante la pandemia, los Gobiernos tomaron grandes préstamos utilizando los fondos de ahorristas de todo el mundo, casi siempre para respaldar el consumo más que la producción. La mayor parte de este gasto o la reducción de los impuestos ayudaron a las economías avanzadas, a menudo, dirigidos al consumo de personas con ingresos muy superiores a la mediana. La demanda creció más rápido que la oferta, desequilibrio que se hizo más evidente cuando las cadenas de suministro comenzaron a diversificarse (alejándose de China) y cuando comenzó la recuperación y reposición de insumos posterior a la COVID‑19.

En relación con el desarrollo, la combinación de un gasto público elevado, la emisión de deuda pública y la compra de bonos de los bancos centrales tuvo como efecto una asignación de cantidades de capital mundial cada vez mayores a un grupo reducido. Cuando los bancos centrales adquieren bonos, el capital pasa de los pequeños ahorristas a los sectores sobrecapitalizados de las economías avanzadas. La regulación de los bancos tiene el sesgo explícito de que la deuda de los Gobiernos de países avanzados se considera de riesgo cero, mientras que otra deuda —especialmente la de países pequeños, países en desarrollo o nuevos participantes del mercado— se trata como riesgosa y requiere una capitalización bancaria.

Para establecer la magnitud del desafío para el desarrollo, es preciso determinar si el capital mundial será suficiente para financiar las necesidades de capital de los Gobiernos de los países avanzados y si quedará suficiente para atender las necesidades de inversión de los países en desarrollo.

En 1990, Bob Lucas planteó un enigma (conocido posteriormente como la Paradoja de Lucas) al mostrar que, aun cuando los países pobres tienen niveles de capital por trabajador más bajos que los países ricos —y, por lo tanto, mayores rendimientos potenciales del capital agregado—, el capital no fluye adecuadamente de los países ricos a los pobres. En realidad, ocurre todo lo contrario: el capital generalmente fluye de los países pobres a los ricos. En diferentes obras bibliográficas se ofrecen explicaciones para este enigma, que van desde la imperfección del mercado de capitales hasta el funcionamiento de las instituciones, el riesgo político o las externalidades del capital humano.

La expansión cuantitativa parecía haber modificado esta paradoja, al menos superficialmente; ayudó a aliviar la aversión al riesgo a nivel mundial y redujo los costos de los empréstitos para los mercados emergentes. De esta forma, grandes flujos de capital provenientes de las economías avanzadas inundaron los países en desarrollo. El problema fue que estos flujos se destinaron en gran medida a los Gobiernos, no a la formación de capital ni a la inversión extranjera directa. El total de la deuda pública y privada de los países en desarrollo aumentó 60 puntos porcentuales del PIB desde 2010, pero en la mayoría de ellos disminuyó la inversión como porcentaje del PIB. Esta combinación es una de las tendencias más preocupantes para las perspectivas de desarrollo. Los elevados niveles de deuda hacen que los países en desarrollo sean vulnerables a las conmociones externas y, en particular, a la normalización de la política monetaria que se observa en las economías avanzadas.

Para las economías avanzadas, un desafío clave es el hecho de que las políticas fiscales y monetarias se superponen cada vez más, lo que genera graves inquietudes sobre la independencia de la política monetaria. En primer lugar, el punto de partida es la fijación de tasas de interés con deudas nacionales muy grandes en relación con el PIB. En segundo lugar, el aumento de los intereses pagados por los bancos centrales a los bancos comerciales a partir de una tasa establecida por el banco central es una superposición explícita entre las políticas fiscal, regulatoria y monetaria. En tercer lugar, la gestión del pasivo de los bancos centrales, analizada antes, ha crecido astronómicamente, y esto da lugar a desafíos de orden fiscal. Mientras las autoridades fiscales y monetarias se adaptan a las decisiones de unas y otras sobre vencimientos de los bancos centrales, la superposición de políticas es amplia y continúa creciendo. En cuarto lugar, tal vez la mayor superposición se deba a la magnitud sin precedentes del desajuste de vencimientos de los bancos centrales mientras financian carteras de activos con vencimientos a largo plazo con reservas bancarias a un día y acuerdos de recompra inversa. La discordancia entre los vencimientos no solo incide en el flujo de capital mundial y la política de regulación financiera, sino que también tiene impactos institucionales. A medida que disminuye el valor en libros de los bancos centrales —y hasta se vuelve negativo en algunos casos, debido a la fuerte caída constante de los precios de los bonos públicos mundiales excepto en Japón—, aumentan sus necesidades de recibir apoyo político absoluto. Estas inquietudes pueden abordarse, pero la preocupación reside en que son lo suficientemente significativas como para prolongar la escasez de capital de inversión para el desarrollo. Dado que en la mayoría de las economías avanzadas no se aplican límites reglamentarios o constitucionales efectivos a la deuda, cabe esperar que esta tensión continúe, especialmente durante las fases descendentes.

A lo largo de los años de posmonetarismo, el aumento de las políticas fiscales y monetarias acomodaticias ha impulsado principalmente los precios de los activos en las economías avanzadas. Esto ayuda a los ricos que poseen estos activos, y no al grueso de la población, en un momento de desigualdad casi sin precedentes. El crecimiento de la mediana de los ingresos ha quedado rezagado, con pocas excepciones; en el caso de los países en desarrollo, las entradas de capital respaldaron principalmente las carteras de gastos y activos públicos, pero contribuyeron poco a la inversión extranjera directa o a la formación bruta de capital fijo.

Para subsanar este desequilibrio, habrá que comunicar claramente que el aumento de la producción es un objetivo de política, al igual que los flujos de capital para el desarrollo orientados a los mercados. Cuando la inflación es elevada, se dispone de varias herramientas además del aumento de las tasas de interés para abordarla. En primer lugar, se pueden crear las condiciones para que la oferta aumente en respuesta a los aumentos de precios; los mercados miran hacia el futuro, por lo que incluso podrían ayudar los anuncios de oferta futura por parte de los inversionistas privados y los Gobiernos. En segundo lugar, en las economías avanzadas, se puede reducir el volumen del gasto público corriente y mejorar su eficiencia centrando más la atención en los pobres y vulnerables; esto reduciría la demanda no productiva y dejaría más espacio para que los mercados de capital mundiales financien inversiones, lo que aliviaría la presión sobre la inflación. En tercer lugar, se puede reducir el vencimiento de las tenencias actuales y futuras de bonos de los bancos centrales; esto enviaría a los mercados una señal de que el capital puede respaldar otros activos, como el capital a corto plazo a tipo de cambio flotante que necesitan las empresas más pequeñas para aumentar la producción mundial.

Estos ajustes de las políticas macroeconómicas pueden mejorar la asignación de capital mundial y ofrecer una vía para reducir la inflación, aumentar el valor de un conjunto más amplio de activos y reactivar el crecimiento de los ingresos medios, que es clave para la prosperidad compartida. La alternativa es el statu quo: desaceleración del crecimiento mundial, tasas de interés más elevadas, mayor aversión al riesgo y fragilidad en muchos países en desarrollo.

La crisis que enfrenta el desarrollo se está intensificando. Los países en desarrollo se encuentran en medio de uno de los episodios más sincrónicos a nivel internacional de endurecimiento de las políticas monetarias y fiscales de las últimas cinco décadas. Los bancos centrales de los países en desarrollo ya tienen ante sí dilemas macroeconómicos cruciales. Para frenar la inflación perjudicial derivada de los precios de los alimentos, la energía y otros bienes y servicios importados y nacionales, los bancos centrales de los países en desarrollo se ven obligados a aumentar las tasas de interés, pero el sector privado de dichos países se enfrentará a costos de empréstitos mucho más elevados. Este efecto se intensifica a medida que la búsqueda de rendimiento se convierte en una búsqueda de seguridad, lo que acelera las salidas de capital y la depreciación de las monedas nacionales. Además, está aumentando la aversión al riesgo de inversión a largo plazo. El impacto negativo en el crecimiento ya es evidente. Al mismo tiempo, esta nueva crisis que sigue a la pandemia de COVID‑19 encuentra a los países en desarrollo con una posición fiscal deteriorada, por ejemplo, por un nivel de deuda elevado o ingresos presupuestarios reducidos. Los países no cuentan con suficientes mecanismos de amortiguación fiscal para sufragar gastos clave en favor del crecimiento y el desarrollo.

Se necesita con urgencia un mayor gasto en educación y preparación de los sistemas de salud. Los Gobiernos de los países en desarrollo deberán gastar su limitado presupuesto en estos sectores de manera más eficiente. La inversión en infraestructura es clave para facilitar el empleo a corto plazo y el crecimiento a mediano plazo, pero en épocas de crisis, estas inversiones cruciales suelen quedar relegadas. Debemos desafiar esa tendencia histórica ampliando la participación del sector privado y buscando la optimización de los balances generales de las empresas públicas, que a menudo son muy grandes.

Las necesidades fiscales también pueden abordarse con medidas decisivas para ampliar la base tributaria y mejorar la eficiencia de la recaudación. También será fundamental que los acreedores bilaterales y comerciales ofrezcan alivio de la deuda a los países más endeudados. De hecho, la posible magnitud de la crisis de la deuda que se avecina hace subir la apuesta y puede impulsar el interés de todas las partes para encontrar una solución viable.

Al mismo tiempo, la crisis climática causada por las emisiones de gases de efecto invernadero sigue sin dar tregua. Los desastres naturales relacionados con el clima están afectando la producción agrícola, los medios de subsistencia de las personas en todos los sectores de la economía y la migración. Para apoyar la acción climática, muchos países en desarrollo necesitan cuantiosas inversiones, financiamiento en condiciones concesionarias y donaciones que posibiliten la transición en las áreas de energía, transporte y agricultura. También se requieren grandes fuentes de financiamiento para respaldar la adaptación y la resiliencia en la mayoría de los países en desarrollo. Uno de los ejes principales de nuestro Plan de Acción sobre el Cambio Climático es identificar proyectos y políticas de impacto concreto en estas esferas y crear esquemas y mecanismos de financiamiento para ayudar a la comunidad mundial a respaldar los bienes públicos mundiales de los países en desarrollo. Estamos trabajando con asociados públicos y privados, accionistas y partes interesadas para abordar estos desafíos, sabiendo que es mucho más lo que queda por hacer en estas esferas.

Para sobrepasar esta tormenta perfecta y recuperarse de los recientes retrocesos en términos de desarrollo, se requerirán nuevas trayectorias macro y microeconómicas, tanto en los países avanzados como en los países en desarrollo. La urgencia se refleja claramente en las noticias diarias sobre la inflación, el cambio climático, el hambre, las protestas sociales y la violencia. El Grupo Banco Mundial trabaja activamente para resolver estos desafíos, es realista en sus evaluaciones y está ansioso por encontrar soluciones colaborando con todas las partes, como ustedes que están participando hoy.

Muchas gracias.

00:00 Palabras de apertura
0:27 La crisis que enfrenta el desarrollo - Discurso de David Malpass, presidente del GBM
22:07 Conversación con Katherine Casey, Instituto de Investigaciones sobre Políticas Económicas de Stanford
40:34 Preguntas y respuestas con la audiencia
58:46 Cierre

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